14/11/24
¿A QUÉ TE INVITA A VIVIR ESTA REFLEXIÓN?
La verdad es que la ruta era bastante superior a nuestra condición física. “Dificultad extrema, se requiere experiencia en montaña.” Sin embargo, embriagados por el entusiasmo, ninguno de los presentes nos sentimos intimidados por las advertencias que salían en Internet al introducir el nombre de la cima que se nos ocurrió que estaría bien conquistar aquella mañana en la que nos habíamos levantado deportistas. El último tramo fue duro. No íbamos preparados para aquello y el calor no lo puso fácil. Pero logramos llegar al final. ¡Qué felicidad! ¡Qué vistas! ¡Qué aire más puro! -¿Nos hacemos una foto? -¡Claro! ¡Esto tiene que quedar para el recuerdo! Había un excursionista (bastante más preparado que nosotros) que también descansaba después de su travesía y al que le pedimos que, por favor, inmortalizara aquél momento. -Tres, dos, uno… ¡patata! Enseguida volcamos nuestras cabezas sobre el móvil para ver cómo había salido la foto. -Bueno, no os preocupéis- dijo uno del grupo con considerable cara de decepción- En cuanto llegue a casa quito la mochila con el photoshop. La foto es una pasada, pero la mochila la estropea. Hemos llegado a ese punto. En una foto en lo alto de una montaña no puede salir una mochila porque descuadra la imagen, porque la convierte en cutre, porque no queda bien. Nos gusta la sonrisa final, la satisfacción de la cima. Pero… ¿y qué hay del camino? Jamás hubiéramos podido llegar a la cima si no hubiésemos cargado en nuestras mochilas agua, crema solar, frutos secos, pañuelos… ¿tan terrible era que una de ellas saliera en la foto? Esas fotos de antes en las que siempre había alguien sin cabeza o sin pies, en las que salía de fondo un ventilador roto si era verano y una manta arrugada sobre el sofá si era invierno, quizá eran menos artísticas. Pero hablaban, sin duda, de una vida más real, más auténtica. Por Isabel Ferrando – Pastoral sj